domingo, 7 de noviembre de 2010

Historias en Plural I

"... Y sé que nunca se me va a olvidar tu voz
aunque pierda la memoria..."



"Ya no entiende nada" dicen los médicos. "La enfermedad es progresiva y no tiene cura. No se haga ilusiones de recuperarla, no será la misma", eso dicen. Le dicen que no se haga ilusiones falsas, porque las pequeñas "mejoras" que pueden percibirse son ocasionales, y pasajeras. Que no queda nada de lo que solía ser, eso le dicen.

Y sin embargo, él sabe que se equivocan. Y no sólo porque nunca tuvo afinidad con los médicos, no, no es por eso. Es porque, cada vez que se acerca y le habla al oído, con esa profunda voz que los años no han conseguido casi modificar, el rostro de ella se ilumina. Sonríe, y parece que tuviera veinte años menos. Se sonroja, como si fuera una chiquilla, y le pide a él, le implora, que no la deje, que no se vaya. Que lo necesita, como siempre. Y no lo dice a media voz, o de forma confusa, nada de eso. Lo dice claramente: "Te necesito. No te vayas. No me dejes". Y él, no hace más que quedarse a su lado, y seguir hablándole, lento, pausado. Susurrándole cosas lindas, o, simplemente, contándole viejas historias de viajes, y de barcos, y de tierras lejanas. Y ella comienza a serenarse y deja de implorar, para empezar sólo a sonreír, y escuchar quedamente, hasta que el cansancio termina venciendo, y uno de los dos (ella casi siempre), se queda dormido. Y, al día siguiente, vuelve a ser igual, es siempre igual.

            Es por eso que él sabe que los médicos se equivocan. Porque tal vez ellos nunca lo hayan notado (hay cosas que sólo los que aman pueden entender), pero ella lo conoce, lo reconoce cuando le habla, lo reconoce por su voz. Y, más allá de cualquier cosa, ella recuerda que lo ama, y recuerda que lo necesita. Quizá hasta recuerde que una vez (muchas veces) sufrió por él, y por eso le implora que no la deje. Y él se queda, porque sabe todo el mal que le hizo, y lo que es más importante, sabe que su vida no tiene sentido si no es con ella. El se queda, firme a su lado, porque a pesar de todo lo que pasó durante tantos años, al verla descubre que, aunque parezca casi imposible, la ama más con cada día; en cada instante, la ama y la necesita un poco más.

            Los médicos pueden decir lo que quieran, pero si sintieran cómo se acelera su corazón ante el contacto de él, dejarían sus fríos diagnósticos de lado, para empezar a creer un poquito más en los milagros.

            Pero, después de todo, él nunca tuvo afinidad con los médicos, y poco escucha lo que le dicen. Que se queden en su ignorancia, no es su problema ahora. El tiene asuntos más importantes, mucho más vitales que prestarle atención a los que dicen saber de medicina. Porque son muy pocos los que entienden cómo se curan las heridas que dejan los años, y que no se resuelven con una receta. Son muy pocos los que aprenden, con el tiempo, con la vida, la manera de arreglar los errores, la manera de ser feliz a pesar de todo, la forma de amar sin condición y un poco más a cada momento. Son muy pocos, en este mundo, los que aprenden, a fuerza muchas veces de golpes, a ganarse el paraíso, y ser felices, plenamente felices en el mientras tanto...


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